En la vida cotidiana, solemos interactuar con los demás de diferentes maneras y en distintas situaciones, y a veces, sin siquiera darnos cuenta, utilizamos nuestro “niño interior”. En este post, exploraremos el tema del “niño” que se habla en el análisis transaccional, y cómo este concepto tiene que ver con las constelaciones familiares. A través del modelo de análisis transaccional, descubrirás tres estados psicológicos fundamentales: el padre, el adulto y el niño, y cómo estos afectan nuestras interacciones diarias. Este tema puede ser aplicado tanto en el ámbito personal como laboral, lo que lo hace aún más interesante y relevante. Si aún no conoces acerca del análisis transaccional, te invitamos a continuar leyendo y ver el video para conocer más sobre este tema y cómo aplicarlo en tu vida cotidiana.
En el análisis transaccional, se habla de tres realidades psicológicas que son estados en los que te metes cuando hablas con alguien: el padre, el adulto y el niño. Estos estados se escriben siempre con mayúscula para diferenciarlos del significado normal de esas palabras, y en una misma conversación puedes pasar de hablar como padre a hablar como adulto o como niño, es decir, que son estados fluidos.
El padre se forma cuando eres peque, más o menos hasta los cinco años, con base en lo que ves que hacen tus papás y las otras personas mayores. La cosa es que a ese dato entiendes porque la gente hace lo que hace, así que el padre exagera la realidad. Si de pequeño ves a alguien molesto o triste, se te queda grabada la emoción negativa en tu estado de Padre sin entender las razones por las que esa persona estaba molesta o triste. Tampoco sabes por qué existen muchas de las reglas que te dicen y solo las sigues sin cuestionarlas. Por eso, en general, cuando asumes tu estado de Padre, estás asado con casi todo, juzgas un montón y quieres que se sigan todas las reglas que escuchabas cuando eres pequeño. El lado bueno del padre es que te pone en modo automático, es decir, que te ayuda a seguir las reglas de tu día a día y a tomar decisiones obvias sin tener que gastar energía pensando en eso todo el tiempo.
El niño refleja cómo te sentías hasta los 3 años, o sea, vulnerable y con miedo por un lado y por el otro emocionado por las cosas. Normalmente, cuando interactúas desde el estado de niño, te cierras para que no te hagan daño, pero cuando confías bastante en alguien, el niño se muestra súper abierto. El niño es muy emocional porque cuando se formó, no sabías hablar, así que no pensabas en palabras sino solo en sentimientos.
El adulto lo formas también desde pequeño, pero si sigue desarrollando según lo que aprendes cuando eres adolescente y adulto. Es el estado más chill de todos porque cuando se forma, ya puedes entender las cosas mejor, así que su imagen de la realidad es más acertada. Lo que hace el adulto es comprobar si la información del padre y las emociones del niño son válidas y luego tomar una decisión racional según eso.
Entonces, ¿cómo estás usando a tu niño o niña? ¿Estás dejando que el niño dirija tu vida, o lo estás usando como una herramienta para crecer y aprender? Si no estás consciente de cómo estás usando a tu niño, es posible que estés limitando tus experiencias y tus oportunidades. Por eso, es importante que aprendas a identificar cuándo estás en cada estado y que aprendas a utilizarlos para tu beneficio.
En tu vida personal, puedes utilizar al niño para ser más creativo, para disfrutar del momento y para conectarte con los demás a nivel emocional. El padre te puede ayudar a seguir las reglas y a tener disciplina, mientras que el adulto te ayuda a tomar decisiones racionales y a entender mejor la realidad.
En tu vida laboral, puedes utilizar al niño para ser más creativo y para pensar fuera de la caja.
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